Pequeña historia de un abedul al más puro estilo natural

Cultivar de forma natural no tiene ningún misterio, con las semillas y la observaciones correctas y un poco de trabajo y esmero basado en aquellos conocimientos ancestrales naturales y conscientes, es base suficiente; pero, para ello, necesitamos que la Naturaleza se exprese por sí misma.

Si no devolvemos a la tierra lo que le pertenece, que son sus bosques y sus plantas, y abandonamos el artificialismo destructor, no podremos plantar, ahora y en el futuro, ni una sola hortaliza natural.

Necesitamos que la Naturaleza se exprese por sí misma.

En la imagen que muestro, se puede apreciar el ambiente de suelo creado por un abedul –Betula pendula-. Las malas lenguas dicen que “el abedul lo chupa todo”, de momento, más lejos de la realidad. Desde que incorporé el entonces pequeño abedul, hace más de quince años, fue este un lugar esplendoroso y fértil; en su día, también lo acompañé de medicinales valiosas, que aun existen y ya se asilvestraron completamente, como lirios azules –Iris germánica-, Violetas -Viola odorata-, melisas –Melissa officinalis– y mirtos -Myrtus communis-, entre las más destacadas. Planté anuales hortícolas, del tipo a acelgas, entre algunas otras, y crucíferas semisilvestres, como mostazas, etc. Sin embargo, un día me decidí por incorporar alguna hortaliza más de ciclo largo, así que precultivé berzas gallegas de la más alta calidad ancestral, que un buen amigo hortelano me pasó; este precultivo duró muchos años. Por aquellos entonces, lo único que hacía, y solo de vez en cuando, era ayudar un poco y esparcir semillas en sus tiempos adecuados. Acostumbrado a su auto-mantenimiento, donde solo tenía que cosechar sus deliciosas hojas, hace más de cuatro años que dejé de intervenir en la zona. Lo mismo hice con berzas italianas, a pocos metros de allí, entre este mismo abedul y un cerezo.

Hoy, crecen esas berzas gallegas e italianas a su libre albedrío, al mas puro estilo natural, y sigo cosechando de ellas, pero es importante que, para mantener la vigorosidad y fuerza, deba volver a esparcir semillas de la planta madre cultivada, con la intención de que sigan manteniéndose genéticamente y no se asilvestren demasiado. Es esta una de las maravillosas labores de la domesticación natural.

El abedul es un árbol medicinal extraordinario que nosotros usamos muy menudo por su gran poder como diurético y destoxificante.

En la Península Ibérica tenemos dos especies, el alba y el pendula y, concretamente, el Betula pendula subsp. fontqueri, que es un endemismo peninsular y de Marruecos, que crece entre los 600 y 1.800 m. de altitud. Esta apreciadísima especie se encuentra en crítico peligro de extinción y, en la parte más al sur de Andalucía, solo se identifican en Sierra nevada y con muy pocos ejemplares. La forma de distinguir estas dos especies peninsulares autóctonas, es que en el pendula, su corteza al principio es parda rojiza y las ramitas del año son glábras con glándulas resinosas y en el alba, las ramitas del año tienen vellosidad y no siempre son resinosas.   

El ejemplar que existe en Jardín natural botánico Jamchen, es ya un adulto joven de Betula pendula, sin embargo, aun no hemos podido confirmar si se trata de la subsp. fontqueri o la parvibracteata, esta segunda, típica de los nortes peninsulares. La primera se distingue de la segunda en que sus brácteas fructíferas son de 4×4 mm y las alas del del fruto está sobrepasada por los estilos y nacen por debajo de la inserción de los mismos, dejando un espacio subestimar desnudo. La segunda, sin embargo, sus brácteas son de 3×3 mm y las alas del fruto son iguales que los estilos y nacen inmediatamente por debajo de la inserción de estos últimos, sin dejar ese espacio subestimar desnudo.

Seguimos esperando su identificación, sin embargo, sea como sea, nos encontramos, sin que tengamos otras noticias, con un ejemplar de abedul pendular que mira al mar Mediterráneo, más septentrional de la Península Ibérica. Este acontecimiento, ha sido posible gracias a la altura mínima necesaria, estamos a unos 800 metros, y al bosque circundante, caducifolio, frutal y perenne en el que convive, de robles, fresnos, alcornoques, laureles, cerezos, caquis, coníferas, etc.

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